Una extraña historia que dio inicio a una extraña amistad entre dos malvados...
Publicada originalmente el 7 de enero del 2005 dentro del grupo "Escritores y poetas" donde Asmodeo era el rey...fue gracias a este primer escrito que conseguí que la lasciva mirada de ese demonio se posara en mí...
Con ligeras correcciones, re-estreno EL CUARTO OSCURO...con dedicatoria a D.
Era una mañana fría y gris cuando Silvia llegó a su nuevo hogar; un espacioso departamento ubicado en el último piso de un viejo edificio en el centro de la ciudad. Hacía tiempo que anhelaba salir de la casa de sus padres, independizarse; y ahora por fin lo lograba, era dueña de su propio espacio y se sentía simplemente feliz.
Al instante que se retiró aquel señor regordete que le entregó las llaves de la vivienda, la chica sacó de una gran bolsa negra unos cojines que acomodó en el suelo frente a una gran ventana en la sala del lugar y se sentó un rato ahí. Admiraba las desnudas paredes e imaginaba los bellos cuadros que en ellas colgaría, pero después de un rato sintió que las piernas, las cuales tenía cruzadas, se le habían dormido, así que decidió levantarse y dar un paseo por su nueva casa.
Después de observar detenidamente las dos recámaras con las que contaba el departamento, sin prisas como la primera vez, Silvia se dio cuenta lo muy distintas que eran ambas entre sí. Una de las habitaciones contaba con dos enormes ventanas por las cuales entraban avalanchas de luz; en cambio, la otra alcoba era un poco más fría y oscura. Dicho cuarto, tan solo contaba con una ventanilla alargada en la parte superior de una de las paredes por la cual apenas entraba una delgada franja de luz que no iluminaba adecuadamente el lugar, y por ende, tan solo servía como ventilación para el mismo.
Recordó lo mucho que detestaba que la luz del alumbrado público entrara a la habitación incomodando su sueño, y que en los fines de semana el sol la despertaba muy temprano haciéndola rabiar. Fue por eso que decidió que la recámara de las grandes ventanas iba a ser su estudio, reservando el cuarto oscuro para que fuera su lugar de descanso.
Antes de que la noche cayera, la joven salió del departamento y se dirigió al estacionamiento en donde abordó su auto, un tanto viejo, pero que cumplía bien con el cometido de trasladarla. Llegó a la casa de sus padres a eso de las siete de la noche. Entró a la que, durante muchos años, había sido su habitación, y tomó algunas cosas como una colchoneta, varías sábanas y cobertores, tres lámparas y su viejo conejo de peluche que desde niña acomodaba en su cama a la hora de dormir.
-¿Por qué no pasas hoy la noche aquí? Mañana que la mudanza lleve todas tus cosas podrás instalarte mejor – dijo la madre de Silvia quien aun no aceptaba del todo la idea de que su “pequeña” abandonara el nido.
-Gracias, mami, pero en realidad estoy muy ansiosa por dormir en mi nueva casa.
-Bueno, pero por lo menos nos acompañarás en la cena, ¿no? – preguntó su padre.
-Está bien – respondió sonriente y agregó bromeando – creo que por lo menos para la comida me tendrán aquí arrimada en lo que me arreglo con la cocina.
Al terminar de cenar, Silvia, ayudada por su padre, subió a su auto las bolsas en donde había guardado todo lo necesario para pasar su primera noche en aquél viejo edificio. Al abrir la puerta de su departamento, se admiró al ver el espectáculo que la ciudad, y sus luces nocturnas, ofrecían a través de la gran ventana de la sala, lo mismo que en las del cuarto que había destinado como estudio.
Fascinada, se apoyó en el borde de la ventana de la sala y se estuvo ahí unos diez minutos, observando el paisaje y sintiendo en su rostro y en su cabello el suave aire que soplaba esa noche. En contraste con el fulgor citadino que se percibía en las otras habitaciones, al entrar a su cuarto de descanso, una oscuridad inmensa la recibió. La chica prendió el foco de la habitación pero este sólo despidió una muy débil luz que apenas le iluminaba lo suficiente como para no tropezar y poder acomodar su colchoneta.
Una vez que tuvo su lecho preparado conectó una lámpara de las que había traído y la colocó cerca de ella para poder leer un libro, pero ni esa luz, combinada con la del foco del cuarto, le permitió leer a gusto su novela, así que mejor apagó todo y decidió acostarse a dormir.
La noche avanzaba lentamente, y cuando parecía que por fin se quedaba dormida, Silvia oyó un susurro. Abrió rápidamente los ojos pero al instante volvió a cerrarlos porque sintió que la densa oscuridad, que invadía la habitación, le lastimaba la vista y el ruido no se iba. Escuchando ya con más atención, notó que el murmullo más bien parecía ser una niña que lloraba.
La joven sintió que la habitación se ponía sumamente fría y que la piel se le erizaba, no pudo evitar temblar y hasta estuvo a punto de llorar, pero se sobrepuso a su miedo y tanteó en la oscuridad hasta que encontró el interruptor de la lámpara y la encendió. Miró a su alrededor pero la luz apenas iluminaba hasta sus rodillas, así que tomó la lámpara y se dirigió a prender el foco del cuarto.
Ahora, la habitación estaba más o menos iluminada. Silvia observó todos los rincones pero no encontró nada extraño, así que supuso que en alguno de los departamentos contiguos, alguna pequeña niña habría tenido un mal sueño o algo que la hiciera llorar, por lo que decidió acostarse de nuevo, quedándose profundamente dormida al instante.
A la mañana siguiente, mientras Silvia aun dormía, su celular comenzó a sonar insistentemente. Era su madre quien hablaba, inquietada porque la joven no había ido a desayunar y las personas de la mudanza tenían más de media hora esperándola para comenzar el traslado de sus cosas.
-Lo siento mamá, me quedé dormida pero ahora voy para allá – contestó aun un poco aletargada.
-Entonces, ¿estás bien? – preguntó la señora aun preocupada.
-Sí, estoy bien, es solo que no traje mi despertador, y como no sentí la luz del sol me seguí de largo en el sueño, eso fue todo, mamá.
-Bueno, tu desayuno te está esperando. Y no te apresures, tu padre está entreteniendo a esos hombres de la mudanza; adiós.
-Adiós mami, nos vemos en un rato.
Se levantó Silvia de su improvisada cama y se dispuso a vestirse, pero, como la habitación seguía estando sumamente fría y oscura, prefirió tomar su ropa e irse a arreglar en el baño con toda la ligereza que sus adormiladas manos le permitieron.
Salió por fin rumbo a la casa de sus padres y al llegar ahí se disculpó con aquellos robustos hombres de la mudanza. Mientras sacaban de la casa y subían al camión todo lo que la chica se llevaría, ella se sentó a desayunar los hot-cakes con jarabe de maple que su madre le había preparado.
-¿No te dio miedo dormir sola en esa casa? – preguntó bromeando el padre de Silvia.
-¡Cómo crees, papá! – Contestó al instante que recordaba lo sucedido la noche anterior en el cuarto oscuro – además tengo a Tito a mi lado, ese conejito me protege.
-Si no le das una buena lavada, lo que va a hacer es enfermarte – comentó la madre que preparaba algo de tomar para su hija.
-Todo está listo, señorita – gritó desde el camión de la mudanza un rechoncho hombrecito.
-Bueno mamá, ya me voy, nos vemos en la noche para cenar.
Condujo Silvia, desde su auto, al camión donde traían sus cosas. Una vez que llegaron al edificio, los señores subieron todas las cosas, no sin quejarse, hasta el último piso; y una vez que hubo quedado todo el embarque dentro del departamento, la rolliza tropa dejo sola a la chica en el lugar, la cual se dirigió rápidamente al cuarto oscuro, disponiéndose a arreglarlo para hacerlo un poco más habitable.
A pesar de ser medio día, la luz del sol entraba muy escasamente a la alcoba, quizá por la ubicación que tenía, quizá le cubría el edificio contiguo; la razón no pudo ser descubierta por la chica en ese momento, quien se vio en la necesidad de prender el foco para observar mejor dónde debía poner cada una de sus cosas.
Llegó de nuevo la noche. Silvia ya había regresado de la casa de sus padres, y como tenía ganas de leer, se sentó en la sala, en un pequeño sillón que había acomodado cerca de la ventana. Sin embargo, cuando más entretenida estaba en la lectura, volvió a oír los lamentos de una niña. El corazón de la joven se aceleró y la piel volvió a erizársele, pero logró tranquilizarse. Se dijo a si misma - Ya no eres una bebé que se asusta por cualquier ruido – y, usando la lógica, como la noche anterior, llegó a la conclusión de que el murmullo venía de algún otro departamento.
Una hora después, ya que sentía que los ojos le ardían, decidió acostarse a dormir. Y ya acomodada en su cama, apagó la luz de la lámpara y cerró los ojos para descansar. El frío aumentaba, pero Silvia solo se enrollaba un poco más en sus sábanas y cobertores. Ya dormitaba cuando, de repente, oyó junto a su oído la respiración de alguien más.
-Tú si me quieres, ¿verdad? – dijo una voz infantil. Silvia se levantó velozmente y prendió la lámpara, pero fue peor, tan solo iluminaba el lugar donde ella estaba sentada, pero más allá de la orilla de la cama no se veía nada. Una risita burlona se lograba escuchar saliendo de las penumbras de la habitación y no sabía que hacer, tenía miedo de pararse a prender el foco del cuarto y que ese alguien o algo que reía en la oscuridad, la atrapara.
De pronto el murmullo cesó. La joven pensó que todo era un mal sueño, que aun dormía, así que se terció nuevamente en su cama, apagó la luz y trató de relajarse. Cerró los ojos, aflojó el cuerpo, y ya se había tranquilizado su respiración cuando de repente soltó un fuerte grito. Silvia sentía que alguien la abrazaba fuertemente, que pasaba una pequeña y helada mano por su mejilla y la acariciaba con filosos cuchillos, ¿o serían uñas? Realmente no quería averiguarlo, estaba paralizada, aterrada.
-¿Tú me quieres? – preguntó otra vez la voz, muy suavemente. Silvia no respondía, sus labios temblaban a más no poder, igual que su cuerpo, y tan solo unos pequeños gemidos se alcanzaban a escuchar.
-¿Por qué nadie me quiere? Todos son crueles conmigo, por eso yo soy cruel también – y al instante que esa voz de niña finalizó, la aterrada chica sintió que aquellas cosas filosas, uñas sin duda alguna, le herían el rostro y los brazos.
-¡Yo sí te quiero! – gritó Silvia con tal de detener el ataque.
-¿Me quieres? De verdad, ¿me quieres? – expresó la vocecita, y al momento la soltó.
-Sí – le contestó sin dejar de temblar.
-Entonces quédate conmigo.
-¿Qué?
-Quédate conmigo. Silvia, ven conmigo – murmuró la vocecilla.
La joven deslizó su mano izquierda a un lado de la cama y en la oscuridad buscó la lámpara. Pensaba que, tal vez si prendía una luz, el mal sueño terminaría; pero, al momento que encontró el interruptor y encendió la lámpara, sintió que la sangre se le helaba y que un grito ahogado oprimía su pecho. Una pequeña niña de revoloteado y deslucido cabello rubio; piel extremadamente pálida, y de ojos grises que miraban de un modo extraño, se encontraba sentada enfrente.
-Ven conmigo – dijo la pequeña sonriendo de forma escalofriante.
-¿A dónde quieres que vaya contigo? – balbuceó la temblorosa Silvia.
-Hace tanto tiempo que estoy sola, encerrada en este cuarto oscuro. Pero ahora todo cambia, pues tú estarás conmigo - expresó la niña. Tendió su mano hacia Silvia, una pequeña mano con largas uñas, las que habían lastimado a la aterrada joven. La niña volvió a sonreír de forma aterradora y dijo – Ven.
-¿A dónde? – volvió a preguntar tímidamente.
-¡Al infierno, estúpida! Ya estás en él – contestó sarcásticamente la niña que al instante desplegó unas enormes alas negras y tomó fuertemente del brazo a Silvia. La muchacha sintió que esa pequeña mano, de tan fría que estaba, le quemaba la piel. Comenzó a gritar y a llorar con desesperación, no podía creer lo que oía ni lo que veía.
De repente, el cuarto oscuro dejó de serlo, una brillante luz roja iluminó toda la habitación; el rostro de la niña se había desfigurado por completo causándole más terror a Silvia del que ya tenía. Cerró los ojos fuertemente para no mirar la abominación que ante ella se encontraba y entre sus gritos alcanzó a articular -¡Oh, Dios mío! – y al abrir de nuevo los ojos, se encontró en una blanca estancia. Miró temblando en derredor y se dio cuenta de que se hallaba en un hospital.
-¿Ya te sientes mejor, hija? – oyó que le preguntaban, y al voltear vio a su madre.
-¿Qué sucedió? ¿Qué hago aquí? – dijo con confusión la joven.
-Hija, tuviste un accidente cuando te dirigías a hablar con el señor que te iba a rentar el departamento en aquél viejo edificio.
-¿En serio?
-Sí, pero creo que la partida de la casa de tus padres deberá esperar. Necesitas muchos cuidados – comentó la señora un tanto feliz por saber que su hija aun estaría otro tiempo más a su lado.
-Sí, creo que es lo mejor – respondió Silvia y una sonrisa de alivio se dibujo en su rostro.
FIN
By E. Malerige