Las hadas no existen.- contestó Emma, e Ivana sonrió al escucharla. Su amiga no sabía las ganas que, en ese momento, la niña tenía de desaparecer de la faz de la tierra. En tal caso, si las hadas no existen, y ella se convierte en una, entonces no existirá más. No sufrirá.
Caminaron juntas hasta el árbol en el que un cenzontle siempre cantaba, aunque había que esperarlo por horas hasta que arribará; y nunca se sabía la hora exacta de su llegada, pero Ivana lo amaba, como los niños aman a los animales a esa edad, que es la misma forma en que los adultos llegan a amar a otras personas; lo amaba con todo su corazón.
Emma platicaba y platicaba de lo lindo que sería ir a la laguna a pescar, pero no había forma de persuadir a la pequeña de abandonar la espera. Lo mas bello de su día, consistía en bailar mientras el cenzontle entonaba una melodía de ensueño; bailar con flores sujetas a su cabeza como la corona de una princesa.
A veces, las horas de Ivana no coincidían con las del ave, por lo que quedaba tan plantada como el árbol aquél. Aunque lloviera y se llenara los pies de fango, ella permanecía. Y en ocasiones lloraba, lloraba para sus adentros porque Emma se burlaba de que llorara por no escuchar una canción.
Algún día querrás ser un hada, como yo.- Le contestaba Ivana a su amiga, sin que ella comprendiera la magnitud de tal sentencia. A la edad de los niños se puede ser feliz de formas tan distintas y sencillas, que Emma no lograba comprender el cómo se podía sufrir por un simple cenzontle.
Muchos años después, a la vida de Emma llegó el amor y le tocó verlo partir junto con su corazón.
Recordando a su gran amiga Ivana, corrió al árbol mas cercano y lo trepó lo mas alto que pudo. En su mente solo giraba un deseo, y extendiendo los brazos se dejó ir de bruces suplicando convertirse en un hada.
El golpe en la cabeza, le concedió a Emma no existir nunca más.
By E. Malerige
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