La alegría de vivir me llega con tus ojos, con tu voz...con tu sonrisa malvada que me ha cautivado desde antes de ver bien tu rostro tras esos anteojos de pasta.
Antes de ti, hacia mucho que no levantaba una oración al cielo. Me había concentrado en maldecir y maldecir, en condenarme a todos los infiernos disponibles; me había convertido en el eco de una vida desperdiciada, en la muerte personificada.
Cuántas veces no soñé amanecer con el corazón detenido. Al abrir los ojos, miraba con tristeza al sol bailando por el cielo, y a mi alma rodar junto al polvo debajo de la cama; ya no quería sentir nada. Ya me estaba convirtiendo en nada.
Me daba asco pensar en mi existencia vacía. Me daba asco a mi misma y con ese odio sin freno, atentaba contra mi cuerpo sin ninguna piedad, sin remordimiento. Me aplastaba, me humillaba, me convertí en mi peor enemiga. Nadie me ha hecho tanto daño como el que me he causado yo misma.
Antes de tu silueta en mi paisaje, no había sazón que pudiera componer a mi vida y hacerla menos insípida. No creía en Dios, no creía en la gente y mucho menos en mí.
Con esos espejuelos, como marco para tus bellos ojos; con esos labios que supieron besarme y sonreír; con esa voz que supo decir la frase adecuada en el momento preciso; con eso y más le has dado a mi vida sentido.
Me haces feliz como ninguna pastilla jamás logró conseguirlo, y me haces dormir teniendo dulces sueños que se prolongan en el tiempo infinito. Te amo a lo bestia y te agradezco, encarecidamente, haberme enseñado a amarme a mi misma; eso, es precisamente lo que nadie me había podido regalar, amor para mi, amarme a mi, tal como soy.
by E. Malerige