La mañana del sábado amenaza con convertirse en tarde, pero yo aun no quiero despertar. Entre mis extraños sueños has aparecido, con mirada dulce y sonrisa malvaviscosa; y justo cuando te logro abrazar, me levantan las ganas de miccionar. ¡Malditos líquidos en movimiento!
Una vez recobrado el sentido, me di cuenta que aun me dolía la cabeza (justo como ayer cuando volví del trabajo). He buscado por todos lados mis pastillas favoritas pero simplemente no están, ¿Quien me está escondiendo el naproxeno? Necesito con urgencia algo que me ayude contra esta explosión dentro de mis lóbulos cerebrales.
Sé que desayuné, aunque sólo logro recordar el café. Al final seguía triunfando la migraña sobre mi estado.
Un tanto cuanto de televisión a solas. Para levantarme en fin de semana ya no me quedan muchas ganas, porque aun me falta para poder tolerar el tiempo sin tu persona. Y pensando precisamente en tu aroma, busco dentro del buzón palabras escritas por tus dedos, pero no hay nada.
Es justo en ese momento de gran desilusión, cuando mi hermana me ha venido a recordar otra razón para estar despierta y de buen humor: el concierto es hoy.
Con fuerzas repuestas te he escrito. Con una gran sonrisa en la boca y las manos cual mariposas; ojalá pudieran llegar a donde te encuentras para robarte un beso celestial que me alivie de la melancolía que aturde a mis pensamientos.
Luego de un gran rodeo por el baño, he decidido lavar mi cuerpo para ir muy fresca al tan esperado evento. Y fue justo mientras me ponía a mi misma pretextos para abrir la regadera, cuando he recordado tus burlas y el tan merecido apodo que me has puesto. Extraño tanto hacerte pucheros y portarme cursi, porque sin ti me vuelvo varón, de esos que no se pondrían camisa rosa ni por error.
Pensando en evitar ese exótico color, he elegido una blusa negra, de esas que hay por montón dentro de mi improvisado clóset; un pantalón cualquiera, que al final acabaría como jerga, y los zapatitos de trapo que compré en el centro de la ciudad, aquel día que del trabajo venía con unas zapatillas que parecían gritar "¡soy teibolera!"; y que mis tobillos de anciana ya no soportaban.
La noche ha caído temprano, y de mi casa voy saliendo ya, junto a mi hermana y mi cuñado; para alcanzar un buen lugar dentro de lo general.
Dentro del Vochito vamos recordando mi hermana y yo, las mil y un cosas que con ese carro hemos pasado; evocando con las palabras la tarde en la que bajamos 10 personas de aquel carro en un día de feria.
Al llegar al teatro, vimos con desconcierto, que muy poca gente se había formado en la fila de los boletos baratos, aunque después descubriríamos que mas de la mitad de los que integraban las otras dos, simplemente se habían equivocado, aumentando con eso la de por sí larga espera para entrar por culpa de una organización funesta.
Un chicuelo borracho nos ha preguntado si podrá rolar bacha dentro del local. El pobre dice estar muy golpeado por venir viajando desde la capital de nuestro vecino estado del sur, aunque dudamos que pueda regresar sano y salvo a sus terrenos, puesto que no tenía gran idea de como había llegado hasta donde se encontraba de pie y bebiendo. Quizá es lo último que le importaba, estando a poco de ver a sus ídolos en un estado cercano al nirvana.
La plática termina pues se está moviendo la fila para entrar, y es justo ahora cuando la Srita L me ha llamado desde su habitación, preguntando donde me encontraba para irme a alcanzar junto con la persona que reina en su corazón. He prometido guardar lugares en una buena posición, y así lo hice.
Cuando la Srita L arriba, me encuentra de piernas abiertas apartandole unas sillas con vista panorámica a escena. No pudo aguantar la risa pero me regresa la cortesía con una lata de cerveza; que no es de la mejor, pero igual contiene alcohol.
Después de escuchar un rato a dos buenos teloneros, se han apagado las luces y comienzan los gritos ensordecedores, mientras que en la entrada hacia las gradas se está armando la revolución: ¡Nos estamos orinando y no dejan salir hacia los baños!
Y ante una lluvia de insultos, y el peligro rondando, mejor nos dejan pasar en lo que terminan de acomodar los instrumentos del grupo principal. Y así, entrando de puntitas a un baño indigno de la peor cantina de la ciudad, nos deshacemos de la carga que amenazaba con hacernos explotar de la emoción.
Regresamos corriendo contra el tiempo y se dejan escuchar los primeros acordes que te erizan la piel; mientras el señor de las cervezas sigue en grandes pláticas con las chicas que promocionan al conductor designado, aunque más debiera llamarse ignorado, puesto que a nadie le está importando el mensaje en esta noche de rock y café.
La cebada llega en cascadas junto con la música, y entre el aire tropical, viene danzando el humo de la ganja que acompaña a las gargantas desafinadas que intentan funcionar como coros para una hermosa canción que está a punto de llevarme al llanto solo de pensarte lejos.
Pero basta de melancolías, mejor hay que subir la adrenalina con ritmos acelerados que nos lleven al clímax de la noche.
Entre saltos y demás movimientos raros, siento como cada nota invade mi cuerpo, me siento flotar. Abro los ojos y me encuentro al cielo de frente, con los segundos detenidos entre el brillo de una estrella y la voz hipnótica de aquel fulano polifácetico; con el aire bajo mis pies y una mano acariciando mi muslo izquierdo. Y entre tal plenitud de pronto el dolor y todo se oscurece.
De nuevo abro los ojos y me encuentro en el suelo con la Srita L a mis pies en similar postura, mientras mi hermana lanza carcajadas hasta el punto de solicitar con urgencia el baño. ¿Pero que demonios ha pasado? Jamás había experimentado una caída tan lenta como esta, y jamás me había repuesto con tan rápido.
Al segundo siguiente ya tenía de nuevo en el aire los pies entre salto y salto, mientras L seguía con las disculpas, y mi grotesca hermana no acababa con las burlas; pero entre tanta risa le vino el castigo divino, y al voltear hacia atrás, de pronto la vi tendida a los pies de su marido.
¡El show de las gradas parece llevar nuestro apellido! Pero el espectáculo en escena va llegando a su fin, y la noche es muy joven para regresar a dormir.
Un joven amigo de la Srita L nos ha invitado al
after en un bar donde al parecer podrían llegar los que nos habían reunido en aquel recinto, pero es necesario llegar con la mayor premura a este nuevo destino.
Todos nos hemos subido al Vocho, mientras L y yo recordamos que nos conocemos ya desde hace demasiados años como para ser hermanas; prácticamente desde que a ambas nos limpiaban las nalgas en el salón de lactantes de un cendi inolvidable.
Pero de pronto no escuchamos el motor. Se nos ha parado el carro a media avenida, y nos vemos en la necesidad de empujarlo al mismo tiempo que vamos pensando en soluciones a esta agonía, terminando por irnos en un taxi pintoresco que planeaba llevarnos al anexo y curarnos del alcoholismo.
-No señor, no es a ese lugar al que vamos - Le digo al ruletero mientras intento no reir de más porque ya voy necesitando un baño.
Al final de todo, después de haber esperado un largo rato, hemos creado nuestra propia fiesta en el bar de a lado, en donde veo a una chica bailar y pienso: ¿No me habrán traído al Table? El modelito daba pie para pensar lo peor de aquella tipa que se encontraba entre puro hombre, bebiendo alcohol a lo bestia.
En medio de la música me voy sintiendo de nuevo inquieta, deseando entrelazar mis piernas con tus piernas. No es lo mismo para mi salir sin tu persona. Ya ni el bailar me provoca, y detesto ser tan dependiente de ti; pero no puedo hacer nada, te amo como aman las locas.
Mi hermana muere de hambre y nos salimos de aquel lugar. Para mi sorpresa, el Vochito nos esperaba ahi afuera.
Luego de unos tacos de barbacoa que en esa madrugada me supieron a gloria, he llegado a casa, con el cuerpo molido. Y al recostar mi cabeza y abrazar la almohada, encuentro finalmente el naproxeno que tanto necesitaba.
By E. Malerige