sábado, 27 de junio de 2009

de la reunión de unos súcubos

Ha marcado el reloj la "hora", y las cinco damas montan la carroza que las ha de transportar a través de una noche sin luna y cargada de humedad que invita al desnudo del cuerpo y del alma. El reencuentro esperado.


De algun morral ha surgido vino, y de entre los labios mil historias eroticas que intentan ser romanticas pero que entre la risa pierden a las palabras cariñosas para dejar solamente lascivia, el comun denominador de aquellas almas etereas, traviesas. Toda una delicia de tertulia andariega. Y las estrellas de pronto aparecen, tan de repente como el vino se extingue. Todas se miran, cada una con diferente disfraz, tan variable como la personalidad de los hombres de los cuales hablan, critican, aman, se burlan o les lloran.


Surgen confesiones que terminan siendo tan solo afirmaciones de secretos a voces, y las féminas vuelven a carcajearse mientras buscan más vino y algo de nicotina. Y con el humo surgen imagenes de parejas revoloteando en camas, sofas, suelos, montes, aguas, mundos alternos; con amor, con pasion, con lujuria y una que otra desventura. ¿cuantos labios has besado? - se preguntan, y todas miran al cielo.


El tiempo sigue pasando, el licor sigue pasando, el humo se escapa por la ventana dejando el rastro por la avenida que hemos atravesado ya infinidad de veces. No hay lugar adecuado donde parar, es mejor seguir avanzando como lo han hecho sus vidas que se niegan a dar una despedida a las demás presentes. Eternas amigas, malvadas amigas. "Ustedes son mi mala influencia" se escucha por ahí, y las sonrisas se alborotan mientras sus mentes piensan en la forma en que cada una ha modificado la vida de la otra.


La busqueda del lugar tan amado por una vejiga a punto de reventar comienza, nadie quiere seguir riendo, es casi imposible detener la avalancha amenazante, pero los cuentos acaban en chistes obscenos que obligan a retorcerse para soportar y llegar aun secas al destino. ¡Odio tener la vejiga del tamaño de una nuez!.- Grita una de ellas, la que se viste de sombra y rara vez peina su melena. ¿Para qué peinarla si alguien la despeinará?


De nuevo la avenida, y las palabras siguen fluyendo, intercambio de trucos y consejos; de posturas y lugares que aun faltan por profanar. Alguna de ellas duerme ya, quizá soñando con el cuerpo de su amado que no ha degustado hoy, quizá solo meditando en uno que otro regaño, quizá solo recordando el momento en que el destino las juntó. Tantas cosas extrañas que han sucedido y al final, al final todas siguen estando ahí, de uno u otro modo.


La madrugada amenaza con volverse amanecer, es momento de volver a los aposentos. Una última copa en forma de botella para brindar por el momento, y luego la despedida que en realidad es un "Hasta luego". Hasta la próxima "hora".


by E. Malerige

jueves, 25 de junio de 2009

Sueño de una esquizofrenica de verano

Vacilando entre el sueño y la realidad. Tambaleando cual apréndiz de acrobata en la cuerda floja de mi razón. ¡Apartense de mí, monstruos alados!
No puedo abrir los ojos, ellos están esperando para devorarlos porque son espejos del alma. Ellos quieren mi alma, y yo no puedo hacer nada para defenderme de esos angeles caídos que ansían pecar conmigo; son tan hermosos, ¿Cómo diré no y les cerraré las piernas?
Caminando entre humo y hojas muertas, perdida entre nicotina y letras lascivas; siento unos dedos suaves como algodón. ¡Detente, mano invisible! Antes debes mostrar a tu dueño. Quizá él sea el indicado para echar a mis demonios al infierno.
Tantas luces me ciegan ahora que por fin quería ver. ¡Manos! Cada vez mas elementos se unen para tocarme, acosarme, excitarme. ¿De dónde ha salido ese miembro que osa meterse en mi boca? No hace falta respuesta pues lo he reconocido. Esas formas, ese aroma, ese sabor solo pueden ser de un falo, ese al que le bailan mis orgasmos.
¡Basta! Se ha ido, me he ido. ¿Qué hago en mi cuarto? ¿Porqué todo es rojo? ¿Dónde está mi cigarro? ¿Quién incendio las sábanas? ¿Fueron las cenizas o mi piel erotizada? Vacilando entre el sueño y la realidad, o la pesadilla de despertar.


by. Malerige

martes, 23 de junio de 2009

DIA DEL PADRE
















Paso la celebración del día del padre y yo no tenía dinero...

bueno, si tenía pero tengo que ahorrar jajajaja...y a mi "apá" le pedí dinero y no quiso darme...asi que, tuve que hacer uso de mis manos ociosas y del reciclaje....con lo cual obtuve el siguiente resultado...





mis manos bailaron un rato convirtiendo desperdicios en utensilios....he aquí un portalapices con tarjetero incluido dedicado a "Papi"...











*Recien armado el regalin
























*Asi quedó ya pintarrajeado...






















*Y esta es la presentación final con unos lapices viejos y unas tarjetas que entre las gracias reclamaban el no haber recibido dinero para algo mejor jajajaja....


pero salió del corazón y es lo que importa....jujuju
















Funny Object By Malerige

martes, 16 de junio de 2009

Cenizas en el viento

Escritillo inspirado en una gran amiga...que ahora lo es mas...con dedicatoria a M.

Te escucho en un fluir de palabras que nos acercan tanto como nunca lo habíamos estado. Tantos inviernos que hemos pasado creyéndonos entes extraños, ¿cómo hemos llegado al punto de un encuentro no planeado?

Quisiera estar viendo tus ojos en este instante, y descubrir si es verdadero aquello de lo que me hablas, que parece estar sucediendo sin afectarte. Deseo que tu risa no sea falsa, que no oculte algún detalle que te hiere sin que tú puedas darte cuenta, porque sabes que eso me heriría de la misma manera. Te quiero tanto.

Mi mano tiembla en busca de tabaco, y sé que la tuya ansía una lata de ese refresco carbonatado al que ambas somos adictas, ¿siempre hemos sido tan parecidas? Al parecer no lo había notado, pero es que la gente se había empecinado en hacer diferencias entre nosotras, dudando del sentimiento, augurando que nos perderíamos una a la otra con el paso del tiempo. Pero aquí estamos, confesando secretos, y viendo pasar al viento en tantas direcciones como nuestros pensamientos.

Tú intentas arreglar la habitación, y yo sigo soñando tendida sobre la montaña de ropa que espera a ser renovada mediante agua y jabón. Tímidamente llegas al punto donde los detalles comienzan a ser intemperantes, esperando a que las muecas de mi rostro te condenen a arder en el infierno; pero solo descubres que ya es inevitable que me encuentres ahí, y sonríes. Al menos nos tendremos hasta en esos momentos, para el apoyo mutuo.

Comienzan mis ideas a surgir, a formar palabras y oraciones llenas de sarcasmo y cinismo, con un toque de terapeuta que bien sé que te ayudan a descansar de aquellas culpas que te aquejan. Y de pronto das las gracias a los cielos por tenerme cerca, mientras yo sospecho que es cosa del Diablo, habernos juntado la mañana aquella cuando me asignaron a tu grupo de clases solo porque en ese momento había una silla vacía. ¿Tú no lo recuerdas? Seguro la pobre Digna ha mandado a extirpar aquel pedazo de cerebro donde se ubican los recuerdos de aquellos tiempos. ¡Oh, Digna! La letra D me trae justo ahora otro nombre a la cabeza, ¿me dejas pronunciarlo? No me odies, es necesario para volver perfecto este momento de conjunción espiritual.

Tres, el número de la perfección según los pitagóricos. ¿Entonces somos perfectas? “Perfectas sinvergüenzas” es lo que a tu mente ha venido. Las carcajadas siguen prorrumpiendo el minuto de silencio que haríamos por los caídos y sin meditarlo tanto hemos descubierto lo que hace falta para que nuestro enlace se haga concreto, Tequila, como en los viejos tiempos.

¡Vaya! Las diferencias que yo recuerdo no nos hacían tan cercanas, de pronto no puedo pronunciarlas. Se han ido, nunca existieron, son como los fantasmas inventados por los abuelos para asustarnos y que no saliéramos de noche. Si ellos supieran sobre las bacanales de media tarde que forjaron nuestro temperamento, y que nos dieron la clave para mantener intactas ciertas partes de nuestros cuerpos. ¡Por Dios Bendito! Tampoco nos distanciaba la lujuria. Explícame entonces, por qué no éramos tan íntimas; confiesa qué te ha hecho lucir más virgen que esta inocente que te mira.

Ha sido solo el exterior lo que te ha hecho pensar que yo era peor de lo que podías ser, o que tú eres mucho más casta de lo que yo jamás podría ser. Gracias por haber venido hacia a mí en estos momentos, te necesitaba incluso más de lo que tú ahora me necesitas, porque bien sabes lo que ha sido de mi vida a grandes rasgos, y es ahora que tengo un hombro más sobre quien posar la cabeza al confesar lo que sucede en el verdadero lado oscuro de mi alma de súcubo…

By Malerige

jueves, 11 de junio de 2009

Soñando...recordando

En un eterno suspiro me elevo. Me pierdo de este mundo mezquino pensando en tus besos delicados que, cual pincel, dibujaban mi rostro, mis manos, mi cuerpo en completa desnudez; convirtiéndome en remembranza de la bakcheia.

Olvido a las lágrimas tan frescas en mis mejillas, recordando tu aliento cálido en una fría noche llena de estrellas que no miré por tener mis ojos en completa devoción hacia los tuyos. Siento aun tu respiración sobre la piel de mi cuello, mientras la mía cambiaba de ritmos intempestivamente cual melodía de Jazz ante el poder de tus manos enamorando a mis poros.

Esquivo el dolor de una ausencia oliéndote aun entre mis vellos. Aroma que me has dejado impregnado en cada parte de mí que te amó bajo la luz de la luna, incluyendo a mi corazón erotizado con tu evocación.

Bailo con tu sombra en espera de tu cuerpo. Fluye de mi interior un manantial al sentir tu espíritu bajo mis sábanas y lloro al no encontrar con la mirada más que algodón sintético. Pero la fuerza de tus abrazos aun la percibo sin problema, como si en verdad a mi lado estuvieras en este atardecer tan diluido, que pinta para una noche oscura en la que no brillara la luna y en la que las estrellas no podrán entretener a mis pupilas, que anhelan volver a besar las tuyas.

By Malerige

domingo, 7 de junio de 2009

El Cuarto Oscuro

Una extraña historia que dio inicio a una extraña amistad entre dos malvados...

Publicada originalmente el 7 de enero del 2005 dentro del grupo "Escritores y poetas" donde Asmodeo era el rey...fue gracias a este primer escrito que conseguí que la lasciva mirada de ese demonio se posara en mí...

Con ligeras correcciones, re-estreno EL CUARTO OSCURO...con dedicatoria a D.

Era una mañana fría y gris cuando Silvia llegó a su nuevo hogar; un espacioso departamento ubicado en el último piso de un viejo edificio en el centro de la ciudad. Hacía tiempo que anhelaba salir de la casa de sus padres, independizarse; y ahora por fin lo lograba, era dueña de su propio espacio y se sentía simplemente feliz.



Al instante que se retiró aquel señor regordete que le entregó las llaves de la vivienda, la chica sacó de una gran bolsa negra unos cojines que acomodó en el suelo frente a una gran ventana en la sala del lugar y se sentó un rato ahí. Admiraba las desnudas paredes e imaginaba los bellos cuadros que en ellas colgaría, pero después de un rato sintió que las piernas, las cuales tenía cruzadas, se le habían dormido, así que decidió levantarse y dar un paseo por su nueva casa.



Después de observar detenidamente las dos recámaras con las que contaba el departamento, sin prisas como la primera vez, Silvia se dio cuenta lo muy distintas que eran ambas entre sí. Una de las habitaciones contaba con dos enormes ventanas por las cuales entraban avalanchas de luz; en cambio, la otra alcoba era un poco más fría y oscura. Dicho cuarto, tan solo contaba con una ventanilla alargada en la parte superior de una de las paredes por la cual apenas entraba una delgada franja de luz que no iluminaba adecuadamente el lugar, y por ende, tan solo servía como ventilación para el mismo.



Recordó lo mucho que detestaba que la luz del alumbrado público entrara a la habitación incomodando su sueño, y que en los fines de semana el sol la despertaba muy temprano haciéndola rabiar. Fue por eso que decidió que la recámara de las grandes ventanas iba a ser su estudio, reservando el cuarto oscuro para que fuera su lugar de descanso.



Antes de que la noche cayera, la joven salió del departamento y se dirigió al estacionamiento en donde abordó su auto, un tanto viejo, pero que cumplía bien con el cometido de trasladarla. Llegó a la casa de sus padres a eso de las siete de la noche. Entró a la que, durante muchos años, había sido su habitación, y tomó algunas cosas como una colchoneta, varías sábanas y cobertores, tres lámparas y su viejo conejo de peluche que desde niña acomodaba en su cama a la hora de dormir.



-¿Por qué no pasas hoy la noche aquí? Mañana que la mudanza lleve todas tus cosas podrás instalarte mejor – dijo la madre de Silvia quien aun no aceptaba del todo la idea de que su “pequeña” abandonara el nido.



-Gracias, mami, pero en realidad estoy muy ansiosa por dormir en mi nueva casa.



-Bueno, pero por lo menos nos acompañarás en la cena, ¿no? – preguntó su padre.



-Está bien – respondió sonriente y agregó bromeando – creo que por lo menos para la comida me tendrán aquí arrimada en lo que me arreglo con la cocina.



Al terminar de cenar, Silvia, ayudada por su padre, subió a su auto las bolsas en donde había guardado todo lo necesario para pasar su primera noche en aquél viejo edificio. Al abrir la puerta de su departamento, se admiró al ver el espectáculo que la ciudad, y sus luces nocturnas, ofrecían a través de la gran ventana de la sala, lo mismo que en las del cuarto que había destinado como estudio.



Fascinada, se apoyó en el borde de la ventana de la sala y se estuvo ahí unos diez minutos, observando el paisaje y sintiendo en su rostro y en su cabello el suave aire que soplaba esa noche. En contraste con el fulgor citadino que se percibía en las otras habitaciones, al entrar a su cuarto de descanso, una oscuridad inmensa la recibió. La chica prendió el foco de la habitación pero este sólo despidió una muy débil luz que apenas le iluminaba lo suficiente como para no tropezar y poder acomodar su colchoneta.



Una vez que tuvo su lecho preparado conectó una lámpara de las que había traído y la colocó cerca de ella para poder leer un libro, pero ni esa luz, combinada con la del foco del cuarto, le permitió leer a gusto su novela, así que mejor apagó todo y decidió acostarse a dormir.



La noche avanzaba lentamente, y cuando parecía que por fin se quedaba dormida, Silvia oyó un susurro. Abrió rápidamente los ojos pero al instante volvió a cerrarlos porque sintió que la densa oscuridad, que invadía la habitación, le lastimaba la vista y el ruido no se iba. Escuchando ya con más atención, notó que el murmullo más bien parecía ser una niña que lloraba.



La joven sintió que la habitación se ponía sumamente fría y que la piel se le erizaba, no pudo evitar temblar y hasta estuvo a punto de llorar, pero se sobrepuso a su miedo y tanteó en la oscuridad hasta que encontró el interruptor de la lámpara y la encendió. Miró a su alrededor pero la luz apenas iluminaba hasta sus rodillas, así que tomó la lámpara y se dirigió a prender el foco del cuarto.



Ahora, la habitación estaba más o menos iluminada. Silvia observó todos los rincones pero no encontró nada extraño, así que supuso que en alguno de los departamentos contiguos, alguna pequeña niña habría tenido un mal sueño o algo que la hiciera llorar, por lo que decidió acostarse de nuevo, quedándose profundamente dormida al instante.



A la mañana siguiente, mientras Silvia aun dormía, su celular comenzó a sonar insistentemente. Era su madre quien hablaba, inquietada porque la joven no había ido a desayunar y las personas de la mudanza tenían más de media hora esperándola para comenzar el traslado de sus cosas.



-Lo siento mamá, me quedé dormida pero ahora voy para allá – contestó aun un poco aletargada.



-Entonces, ¿estás bien? – preguntó la señora aun preocupada.



-Sí, estoy bien, es solo que no traje mi despertador, y como no sentí la luz del sol me seguí de largo en el sueño, eso fue todo, mamá.



-Bueno, tu desayuno te está esperando. Y no te apresures, tu padre está entreteniendo a esos hombres de la mudanza; adiós.



-Adiós mami, nos vemos en un rato.



Se levantó Silvia de su improvisada cama y se dispuso a vestirse, pero, como la habitación seguía estando sumamente fría y oscura, prefirió tomar su ropa e irse a arreglar en el baño con toda la ligereza que sus adormiladas manos le permitieron.



Salió por fin rumbo a la casa de sus padres y al llegar ahí se disculpó con aquellos robustos hombres de la mudanza. Mientras sacaban de la casa y subían al camión todo lo que la chica se llevaría, ella se sentó a desayunar los hot-cakes con jarabe de maple que su madre le había preparado.



-¿No te dio miedo dormir sola en esa casa? – preguntó bromeando el padre de Silvia.



-¡Cómo crees, papá! – Contestó al instante que recordaba lo sucedido la noche anterior en el cuarto oscuro – además tengo a Tito a mi lado, ese conejito me protege.



-Si no le das una buena lavada, lo que va a hacer es enfermarte – comentó la madre que preparaba algo de tomar para su hija.



-Todo está listo, señorita – gritó desde el camión de la mudanza un rechoncho hombrecito.



-Bueno mamá, ya me voy, nos vemos en la noche para cenar.



Condujo Silvia, desde su auto, al camión donde traían sus cosas. Una vez que llegaron al edificio, los señores subieron todas las cosas, no sin quejarse, hasta el último piso; y una vez que hubo quedado todo el embarque dentro del departamento, la rolliza tropa dejo sola a la chica en el lugar, la cual se dirigió rápidamente al cuarto oscuro, disponiéndose a arreglarlo para hacerlo un poco más habitable.



A pesar de ser medio día, la luz del sol entraba muy escasamente a la alcoba, quizá por la ubicación que tenía, quizá le cubría el edificio contiguo; la razón no pudo ser descubierta por la chica en ese momento, quien se vio en la necesidad de prender el foco para observar mejor dónde debía poner cada una de sus cosas.



Llegó de nuevo la noche. Silvia ya había regresado de la casa de sus padres, y como tenía ganas de leer, se sentó en la sala, en un pequeño sillón que había acomodado cerca de la ventana. Sin embargo, cuando más entretenida estaba en la lectura, volvió a oír los lamentos de una niña. El corazón de la joven se aceleró y la piel volvió a erizársele, pero logró tranquilizarse. Se dijo a si misma - Ya no eres una bebé que se asusta por cualquier ruido – y, usando la lógica, como la noche anterior, llegó a la conclusión de que el murmullo venía de algún otro departamento.



Una hora después, ya que sentía que los ojos le ardían, decidió acostarse a dormir. Y ya acomodada en su cama, apagó la luz de la lámpara y cerró los ojos para descansar. El frío aumentaba, pero Silvia solo se enrollaba un poco más en sus sábanas y cobertores. Ya dormitaba cuando, de repente, oyó junto a su oído la respiración de alguien más.



-Tú si me quieres, ¿verdad? – dijo una voz infantil. Silvia se levantó velozmente y prendió la lámpara, pero fue peor, tan solo iluminaba el lugar donde ella estaba sentada, pero más allá de la orilla de la cama no se veía nada. Una risita burlona se lograba escuchar saliendo de las penumbras de la habitación y no sabía que hacer, tenía miedo de pararse a prender el foco del cuarto y que ese alguien o algo que reía en la oscuridad, la atrapara.



De pronto el murmullo cesó. La joven pensó que todo era un mal sueño, que aun dormía, así que se terció nuevamente en su cama, apagó la luz y trató de relajarse. Cerró los ojos, aflojó el cuerpo, y ya se había tranquilizado su respiración cuando de repente soltó un fuerte grito. Silvia sentía que alguien la abrazaba fuertemente, que pasaba una pequeña y helada mano por su mejilla y la acariciaba con filosos cuchillos, ¿o serían uñas? Realmente no quería averiguarlo, estaba paralizada, aterrada.



-¿Tú me quieres? – preguntó otra vez la voz, muy suavemente. Silvia no respondía, sus labios temblaban a más no poder, igual que su cuerpo, y tan solo unos pequeños gemidos se alcanzaban a escuchar.



-¿Por qué nadie me quiere? Todos son crueles conmigo, por eso yo soy cruel también – y al instante que esa voz de niña finalizó, la aterrada chica sintió que aquellas cosas filosas, uñas sin duda alguna, le herían el rostro y los brazos.



-¡Yo sí te quiero! – gritó Silvia con tal de detener el ataque.



-¿Me quieres? De verdad, ¿me quieres? – expresó la vocecita, y al momento la soltó.



-Sí – le contestó sin dejar de temblar.



-Entonces quédate conmigo.



-¿Qué?



-Quédate conmigo. Silvia, ven conmigo – murmuró la vocecilla.



La joven deslizó su mano izquierda a un lado de la cama y en la oscuridad buscó la lámpara. Pensaba que, tal vez si prendía una luz, el mal sueño terminaría; pero, al momento que encontró el interruptor y encendió la lámpara, sintió que la sangre se le helaba y que un grito ahogado oprimía su pecho. Una pequeña niña de revoloteado y deslucido cabello rubio; piel extremadamente pálida, y de ojos grises que miraban de un modo extraño, se encontraba sentada enfrente.



-Ven conmigo – dijo la pequeña sonriendo de forma escalofriante.



-¿A dónde quieres que vaya contigo? – balbuceó la temblorosa Silvia.



-Hace tanto tiempo que estoy sola, encerrada en este cuarto oscuro. Pero ahora todo cambia, pues tú estarás conmigo - expresó la niña. Tendió su mano hacia Silvia, una pequeña mano con largas uñas, las que habían lastimado a la aterrada joven. La niña volvió a sonreír de forma aterradora y dijo – Ven.



-¿A dónde? – volvió a preguntar tímidamente.



-¡Al infierno, estúpida! Ya estás en él – contestó sarcásticamente la niña que al instante desplegó unas enormes alas negras y tomó fuertemente del brazo a Silvia. La muchacha sintió que esa pequeña mano, de tan fría que estaba, le quemaba la piel. Comenzó a gritar y a llorar con desesperación, no podía creer lo que oía ni lo que veía.



De repente, el cuarto oscuro dejó de serlo, una brillante luz roja iluminó toda la habitación; el rostro de la niña se había desfigurado por completo causándole más terror a Silvia del que ya tenía. Cerró los ojos fuertemente para no mirar la abominación que ante ella se encontraba y entre sus gritos alcanzó a articular -¡Oh, Dios mío! – y al abrir de nuevo los ojos, se encontró en una blanca estancia. Miró temblando en derredor y se dio cuenta de que se hallaba en un hospital.



-¿Ya te sientes mejor, hija? – oyó que le preguntaban, y al voltear vio a su madre.



-¿Qué sucedió? ¿Qué hago aquí? – dijo con confusión la joven.



-Hija, tuviste un accidente cuando te dirigías a hablar con el señor que te iba a rentar el departamento en aquél viejo edificio.



-¿En serio?



-Sí, pero creo que la partida de la casa de tus padres deberá esperar. Necesitas muchos cuidados – comentó la señora un tanto feliz por saber que su hija aun estaría otro tiempo más a su lado.



-Sí, creo que es lo mejor – respondió Silvia y una sonrisa de alivio se dibujo en su rostro.




FIN
By E. Malerige

viernes, 5 de junio de 2009

De Manos que Bailan


¿Cómo pueden las nubes tomar tantas formas? – Se preguntaba Melina mientras por la ventana observaba a esas grandes bolas de algodón gris siendo acariciadas, en forma muy salvaje, por el viento de aquella tarde lluviosa de verano.

Sus ojos color selva, miraban con melancolía hacia la avenida desierta. Todo afuera era soledad, justo como ella dentro de la habitación, intentando protegerse tras esas paredes de una amenaza inexistente, de un miedo infundado; quizá solo de ella misma.

Melina apretaba los puños, pues sabía muy bien que aquél cosquilleo intermitente entre sus dedos solo significaba una cosa: sus manos querían bailar. Pero la danza de sus dos miembros no siempre llegaba a buenos términos, pues iniciaban con un vals de letras fantasiosas, y terminaban con metal, literalmente; metal entre su piel o la de alguien más.

Las hojas regadas por la habitación le hablaban, suplicantes para ser parte de la danza; pero ella fingía mirar al techo sin escucharlas. Detestaba que sólo el dolor le permitiera a sus dedos trazar con tinta los pasos de una canción eterna, ¿Qué pasaba con la alegría? Sus manos no podían cabriolear con ella. Manitas frías como las de un muerto, y los muertos callan, viven solo en el lamento de quien les extraña.

Puede ser esto último, la razón para que sus manos solo pudieran actuar en situaciones lacrimosas. Cada elemento tiene un catalizador diferente, y el de esos dedos era la sal que Melina produce en su corazón compungido por cualquier nimiedad.

La dama cierra sus ojos, quiere pensar que las gotas de lluvia son las lágrimas que ahora está conteniendo, pero es inevitable. Por la comisura de su ojo derecho escurre la primera gota de congoja, y uno de sus pulgares pierde fuerza, dejando en libertad a la mano contraria al llanto. La siniestra ahora comienza a acariciar al aire, en un movimiento que recuerda al delicado aleteo de las garzas.

A lo lejos, entre los arboles del terreno aledaño, un extraño pájaro comienza la estrofa de un bolero cargado de abandono, mientras las ramas de la mística ceiba actúan como acompañamiento musical. Melina solo escucha, dejando a su cuerpo a merced del cadencioso sonido.

Ahora su mano derecha busca pareja, encontrando al instante al lápiz, siempre presto para ella. La siniestra ya danzaba con el señor Bond, y al reunirse los cuatro, comenzaron a ejecutar una coreografía extraña que acabó en un cuento muy corto.

Melina no pudo contenerse ante la insistencia de sus manos, y se levantó de la cama, para dejarse guiar por ellas. Su razón vacilaba mientras sus peluches parlaban, reían, saltaban sin ritmo y aplaudían.

¿Dónde ha quedado el amor? El amor muere lentamente bajo el colchón mientras la melancolía se abraza más fuerte del cuerpo de la fémina. Ella le ha dado su vida en cada movimiento de sus falanges.

Melina es toda tristeza, y mientras sus manos bailan, ella olvida como sonreír.